Al entrar a la Basílica de San Pedro el alma se me cayó a los píes. La ciudad de Roma estaba llena de pobres e indigentes. Y aquello estaba lleno de oro y riquezas. Si como desde pequeño me habían contado, la iglesia habla de dar al prójimo y no acumular riqueza, ¿qué hacía aquella iglesia convertida en un museo de la ostentación? Si alguien de otro planeta o simplemente de una cultura perdida de nuestra tierra entrara en tan majestuosa construcción pensaría que allí se reunían los hombres más poderosos de la Tierra. Y quizá no fuera demasiado desencaminado.
Antes de entrar te registran de arriba abajo. Y si una mujer lleva una camiseta que deja ver sus hombros la mandan a comprarse un pañuelo para que se los tape. Que en a la casa de Dios no hay que entrar a provocar y ya sabemos que para los clérigos un hombro desnudo…
Una vez dentro necesitas unos segundos para ti mismo. Para decirle a tu cuerpo que respire porque semejante majestuosidad, semejante tamaño, semejante belleza y semejante arte le dejan a uno casi sin aire. Es grande. Muy grande. Tanto que sorprende e inquieta. Y todo está cuidado hasta el más mínimo detalle. El oro reluce, la plata brilla, el mármol luce y la demostración de lujo y poder deja atónito a cualquier visitante.
Es el sin sentido más espectacular que he visto en toda mi vida. En las dos acepciones de la frase. Es un hecho que se produce en todo el país de la iglesia Católica, en todo el Vaticano, pero que en la Basílica de San Pedro alcanza su punto más álgido. Predicar la humildad y la pobreza, la ayuda al prójimo y no acumular riqueza se pegan de lleno con este lugar. Es hacer y tener justo lo contrario que de lo que se dice. Es tenerlo todo y encima mostrarlo. Pero es nuestro tesoro y su curia el “Golum” que lo protege.
Hasta “La Piedad de Miguel Ángel” reposa entre sus reliquias. En una esquina, en un lugar de paso, como casi quitándole importancia, como asumiendo que es solo una más dentro de la gran cantidad de obras de arte de incalculable valor que poseen. Porque yo no soy un experto pero, ¿a cuántas familias se podría sacar de la pobreza, a cuántos mendigos de las calles o a cuántos niños de África podrían curar sus enfermedades solo con esa pieza?
Sea como fuere este museo de la ostentación que la iglesia posee en el Vaticano es un lugar que una vez en Roma nadie se puede perder. Para los cristianos porque es el epicentro de su religión, para los ateos porque es la constatación de su pensamiento y para los que tiene otra religión porque hay pocos lugares en la tierra que alberguen tanto arte y tanta belleza por metro cuadrado.